THOMAS ALVA EDISON
(Milan,
1847 - West Orange, 1931) Inventor norteamericano, el más genial de la
era moderna. Su madre logró despertar la inteligencia del joven Edison,
que era alérgico a la monotonía de la escuela. El milagro se produjo
tras la lectura de un libro que ella le proporcionó titulado Escuela de Filosofía Natural,
de Richard Green Parker; tal fue su fascinación que quiso realizar por
sí mismo todos los experimentos y comprobar todas las teorías que
contenía. Ayudado por su madre, instaló en el sótano de su casa un
pequeño laboratorio convencido de que iba a ser inventor.
Thomas Edison
A los doce años, sin olvidar su
pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano ganar
dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas
ocurrencias. Su primera iniciativa fue vender periódicos y chucherías
en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a Detroit. Había
estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban ávidos de
noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la línea férrea para
que expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves
titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al
pie que los detalles completos aparecían en los periódicos; esos
periódicos los vendía el propio Edison en el tren y no hay que decir
que se los quitaban de las manos. Al mismo tiempo, compraba sin cesar
revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a convertir el vagón
de equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a telegrafiar
y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de
imprimir, comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald.
Perfeccionó el telégrafo
automático, inventó un aparato para transmitir las oscilaciones de los
valores bursátiles, colaboró en la construcción de la primera máquina
de escribir y dio aplicación práctica al teléfono mediante la adopción
del micrófono de carbón. Su nombre empezó a ser conocido, sus inventos
ya le reportaban beneficios y Edison pudo comprar maquinaria y
contratar obreros. Para él no contaban las horas. Era muy exigente con
su personal y le gustaba que trabajase a destajo, con lo que los
resultados eran frecuentemente positivos.
A los
veintinueve años cuando compró un extenso terreno en la aldea de Menlo
Park, cerca de Nueva York, e hizo construir allí un nuevo taller y una
residencia para su familia. Edison se había casado a finales de 1871
con Mary Stilwell; la nota más destacada de la boda fue el trabajo que
le costó al padrino hacer que el novio se pusiera unos guantes blancos
para la ceremonia. Ahora debía sostener un hogar y se dedicó, con más
ahínco si cabe, a trabajos productivos.
Su
principal virtud era sin duda su extraordinaria capacidad de trabajo.
Cualquier detalle en el curso de sus investigaciones le hacía vislumbrar
la posibilidad de un nuevo hallazgo. Recién instalado en Menlo Park,
se hallaba sin embargo totalmente concentrado en un nuevo aparato para
grabar vibraciones sonoras. La idea ya era antigua e incluso se había
logrado registrar sonidos en un cilindro de cera, pero nadie había
logrado reproducirlos. Edison trabajó día y noche en el proyecto y al
fin, en agosto de 1877, entregó a uno de sus técnicos un extraño boceto,
diciéndole que construyese aquel artilugio sin pérdida de tiempo. Al
fin, Edison conectó la máquina. Todos pudieron escuchar una canción que
había entonado uno de los empleados minutos antes. Edison acababa de
culminar uno de sus grandes inventos: el fonógrafo. Pero no todo eran
triunfos. Muchas de las investigaciones iniciadas por Edison terminaron
en sonoros fracasos. Cuando las pruebas no eran satisfactorias,
experimentaba con nuevos materiales, los combinaba de modo diferente y
seguía intentándolo.
En abril de 1879, Edison
abordó las investigaciones sobre la luz eléctrica. La competencia era
muy enconada y varios laboratorios habían patentado ya sus lámparas. El
problema consistía en encontrar un material capaz de mantener una
bombilla encendida largo tiempo. Después de probar diversos elementos
con resultados negativos, Edison encontró por fin el filamento de bambú
carbonizado. Inmediatamente adquirió grandes cantidades de bambú y,
haciendo gala de su pragmatismo, instaló un taller para fabricar él
mismo las bombillas. Luego, para demostrar que el alumbrado eléctrico
era más económico que el de gas, empezó a vender sus lámparas a cuarenta
centavos, aunque a él fabricarlas le costase más de un dólar; su
objetivo era hacer que aumentase la demanda para poder producirlas en
grandes cantidades y rebajar los costes por unidad. En poco tiempo
consiguió que cada bombilla le costase treinta y siete centavos: el
negocio empezó a marchar como la seda.
Su fama se
propagó por el mundo a medida que la luz eléctrica se imponía. Edison,
que tras la muerte de su primera esposa había vuelto a casarse, visitó
Europa y fue recibido en olor de multitudes. De regreso en los Estados
Unidos creó diversas empresas y continuó trabajando con el mismo ardor
de siempre. Todos sus inventos eran patentados y explotados de
inmediato, y no tardaban en producir beneficios sustanciosos.
Entretanto, el trabajo parecía mantenerlo en forma. Su única
preocupación en materia de salud consistía en no ganar peso. Era
irregular en sus comidas, se acostaba tarde y se levantaba temprano,
nunca hizo deporte de ninguna clase y a menudo mascaba tabaco. Pero lo
más sorprendente de su carácter era su invulnerabilidad ante el
desaliento. Ningún contratiempo era capaz de desanimarlo.
En
los años veinte, sus conciudadanos le señalaron en las encuestas como
el hombre más grande de Estados Unidos. Incluso el Congreso se ocupó de
su fama, calculándose que Edison había añadido un promedio de treinta
millones de dólares al año a la riqueza nacional por un periodo de
medio siglo. Nunca antes se había tasado con tal exactitud algo tan
intangible como el genio. Su popularidad llegó a ser inmensa. En 1927
fue nombrado miembro de la National Academy of Sciences y al año
siguiente el presidente Coolidge le hizo entrega de una medalla de oro
que para él había hecho grabar el Congreso. Tenía ochenta y cuatro años
cuando un ataque de uremia abatió sus últimas energías.
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